La playa
Iban los cuatro amigos paseando descalzos por la orilla. La marea había comenzado a subir y de vez en cuando las olas llegaban mortecinas hasta ellos cubriendo sus pies. El sol, casi oculto, recortó a unos metros la silueta de una joven sentada frente al mar que miraba absorta el horizonte. Cuando llegaron junto a ella le preguntaron si podrían alcanzar las dunas caminando por la orilla y qué tiempo tardarían. La chica se puso de pie y con gesto cansado comenzó a explicarles que cuando se encontraran con la desembocadura del río debían bordearlo hasta llegar a un puente a unos cincuenta metros. Mientras hablaba, las olas arrastraron hasta los pies del grupo una botella de vidrio transparente tapada con un trozo corcho.
– Hay un papel dentro como en las botellas de los náufragos – advirtió, entre sorprendido y divertido, uno de los amigos- Veamos qué dice.
– Sólo puede ser una petición de ayuda – intervino la chica sin mostrar el menor interés en el asunto.
– Qué difícil debe de ser que la botella de un náufrago llegue a una playa; lo normal es que se pierda en alta mar– dijo otro de los chicos mientras intentaba quitar el tapón hinchado por el agua.
– No – respondió la joven volviendo a perder su mirada en el horizonte–, lo normal es que el mar la devuelva una y otra vez al náufrago que intenta enviarla.
Blacamán