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ideasrecortadas

Barret St.

Barret St.

La acústica contemplaba, atónica, como aquella guitarra vieja y desafinada conseguía sonar más alto que todos los motores de la calle Barret.

Miraba, incrédula, como, en la sencillez de su belleza, doblegaba, relativizadaba e incluso armonizaba a todos aquellos gritos y ruidos primermundistas.

La escena se congeló y durante unos segundos sólo se oyó aquella melodía melancólica y metálica...

El músico, ingénuo, orgulloso, vació simbólicamente  la gorra en el bolsillo de la gabardina, se la ajustó a su cabeza llena de aves y comenzó a caminar hacia la otra acera sin advertir el coche que se abalanzaba sobre él demasiado seguro para frenar.

Poesía

Poesía

Se merecen algo mejor...

Asesinato tremendista en casa de los Duarte

  Había llegado la ocasión, la ocasión que tanto tiempo había estado esperando. Había que hacer de tripas corazón, acabar pronto, lo más pronto posible. La noche es corta y en la noche tenía que haber pasado ya todo y tenía que sorprenderme la amanecida a muchas leguas del pueblo.

(...)

  Pensé en cerrar los ojos y herir. No podía ser; herir a ciegas es como no herir, es exponerse a herir en el vacío...Había que herir con los ojos bien abiertos, con los cinco sentidos puestos en el golpe. Había que conservar la serenidad, que recobrar la serenidad que parecía ya como si estuviera empezando a perder ante la vista del cuerpo de mi madre.

(...)

  Fue el momento mismo en el que pude clavarle la hoja en la garganta...

  La sangre corría como desbocada y me golpeó en la cara. Estaba caliente como un vientre y sabía lo mismo que la sangre de los corderos.

  La solté y salí huyendo. Choqué con mi mujer a la salida; se le apagó el candil. Cogí el campo y corrí, corrí sin descanso durante horas enteras. El campo estaba fresco y una sensación como de alivio me recorrio las venas.

  Podía respirar...

Extraído de La familia de Pascual Duarte, de Mariano José Cela

Proverbio chino

Proverbio chino

Austerlitz

Austerlitz

Por fín, llegó al Andén. A sus lados, yacían las vías, esas perseguidoras del horizonte incapaces de perdonar.

- ¿Puedo ayudarle con su maleta? - preguntó cortesmente un hombrecillo con marcado acento francés.

- Sí. Con cuidado por favor, llevo ahí mi corazón.

- No se preocupe, lo tendré - mintió el trabajador, cansado de tanto pasajero que, diciendo por egoísmo bohemia, encuentra en los trenes la solución a todos sus problemas...

El sabio Athos

- Mi querido Athos - Dijo D´Artagnan-, os admiro, pero después de todo estábamos en culpa.

- ¿Cómo en culpa? - prosiguió Athos -. ¿De quién es el aire que respiramos? ¿De quién el océano sobre el que se extienden nuestras miradas? ¿De quien la arena sobre la que estamos tumbados? ¿De quién la carta de vuestro amante? ¿Son del cardenal? Ese hombre se figura que el mundo le pertenece; estáis ahí, balbuceante, estupefacto, aniquilado; parecía que la Bastilla se alzaba ante vos y que la gigantesca Medusa os convertía en piedra. Veamos, ¿es conspirar estar enamorado? Vois estáis enamorado de una mujer a la que el cardenal ha hecho encerrar, queréis apartarla de las manos del cardenal; es una partida que jugáis con Su Eminencia: esa carta en vuestro juego, ¿por qué ibais a mostrar vuestro juego a vuestro adversario? Eso no se hace. ¿Que él lo adivina? En buena hora. Nosotros adivinamos el suyo de sobra.

(...)

Extraído de Los tres mosqueteros, de Alejandro Dumas

Réquiem con tinta roja

Sangre.

Sangre, Sangre.

Toda la habitación olía, sonaba, sabía a sangre.

  Todo menos yo que, impasible por fuera, contemplaba silencioso toda esa sangre. Fue como una tormenta de verano tronando en la cabeza, lloviendo sobre el corazón.

Me repetía inútilmente, una y otra vez, que la odiaba, que ella me odiaba, que no volvería a suceder.

  - Al menos no con ella - me contesté con una ironía que recordaba a un cementerio. Así, delante de aquel cuerpo ensangrentado cayó la noche, y no recuerdo si también llegó la aurora, roja. Sólo sé que en toda aquella eternidad no logré averiguar si toda la sangre manaba del corazón...

 

...

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Vuelven las ideas recortadas

 a la cabeza...

a los dedos...

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