El pianista
La gente en su calle discutía si era una persona triste, pero eso nunca nadie lo llegó a saber.
Vivía en un cuarto bajo un tejado gris, cada vez menos y peor. No peor por estar triste, sino porque cada vez que lo estaba, se proponía elegir entre saltar desde el tejado gris o escribir, y así escribía y escribía y guardaba sus páginas, de forma que la habitación se llenaba y se iba haciendo menos y menos espaciosa.
La gente nunca llegó a saber si era una persona triste pero lo cierto es que, a veces, mientras escribía, la boca se le curvaba y reía un poco.
Mientras me retorcía ante el público como una estrella agonizante, estirándome, desplazándome, contrayéndome, siendo sombra, reconocí tu mirada azul clavada fijamente en algún lugar de mi pupila. Comprendí que hay cosas demasiado complejas para la cabeza, demasiado inabarcables hasta para los brazos infinitos que me otorgaba esa noche, ese momento, el escenario.